Un trozo de carne dejado en la encimera es el lugar perfecto para que patógenos se desarrollen: es calentito, húmedo y rico en proteínas, al igual que nuestros cuerpos.
Apenas tuve paciencia para esperar a que se enfriara y volví a colocarlo en el fuego, esta vez, lleno de agua, para hervir un trozo de carne, lo que logré admirablemente.
Cuando descendí a la playa, pude observar el terrible espectáculo de su sangriento festín: la sangre, los huesos y los trozos de carne humana, felizmente comida y devorada por aquellos miserables.
No tenía siquiera un cacharro para hervir nada, salvo una especie de puchero que había rescatado del barco y que era demasiado grande para el uso que quería darle, es decir, hacer caldo y cocer algún trozo de carne.